lunes, 29 de mayo de 2017

Sobre el horizonte del río se puede ver cientos de grandes barcos quietos. Desde el espigón destruido parecen una ciudad. Conectada por tubos y sistemas electrónicos que mantienen la estructura en un movimiento estático. Desde la orilla parten familiares, curas y médicos. Cada cual a su turno llevan a cabo sus ritos alrededor de la ciudad. Las mujeres son amigas hace años; se toman las manos y se apoyan sobre el metal lleno de corales manchados por el agua de río, cantan en lenguas desconocías, así lo creen ellas. Otros rezan rosarios que se vuelven como mantras. Los últimos rituales, los del aceite, las unciones y las oraciones oficiales se mezclan con la música que llega por el viento desde la orilla de una parrilla al costado del camino. La ciudad flota conectada. Lo hará por tres días fiel a sus creencias. Después no hay certeza. Si la ciudad se hunde o se pierde flotando en el horizonte. Desde la orilla no es claro el movimiento.














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