Sobre el horizonte del
río se puede ver cientos de grandes barcos quietos. Desde el espigón destruido parecen una ciudad. Conectada por tubos y sistemas
electrónicos que mantienen la estructura en un movimiento estático. Desde la
orilla parten familiares, curas y médicos. Cada cual a su turno llevan a cabo
sus ritos alrededor de la ciudad. Las mujeres son amigas hace años; se toman
las manos y se apoyan sobre el metal lleno de corales manchados por el agua de
río, cantan en lenguas desconocías, así lo creen ellas. Otros rezan rosarios
que se vuelven como mantras. Los últimos rituales, los del aceite, las unciones
y las oraciones oficiales se mezclan con la música que llega por el viento
desde la orilla de una parrilla al costado del camino. La ciudad flota
conectada. Lo hará por tres días fiel a sus creencias. Después no hay certeza. Si
la ciudad se hunde o se pierde flotando en el horizonte. Desde la orilla no es
claro el movimiento.
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