viernes, 10 de abril de 2015

El libro de las Nubes







Algo se escapa de la mirada, flota lejos, frente a un país que vemos detrás del rio, en el horizonte, o en el borde biselado de un espejo. Estoy suspendido en este territorio, donde se desprende tu calor de mi piel. En tus diferentes colores existe una forma del vértigo, un país en ruinas.
Como el final de la noche, todo lo que hiciste se parece a un reflejo donde sonreís y yo robo ese gesto.






La respiración agitada, la claridad extraña del día nublado, una forma del vapor flota sobre los ojos. Hay un rio tumultuoso en ese detalle, la transpiración refleja la luz sobre la piel, contagia a la oscuridad que nos separa de la provincia.








Como un accidente natural afuera llueve y el día gris hace estallar los colores de las cosas, la herida en los labios. Años después sé que es como en mis sueños, el cielo y la piel como un claroscuro.









A tu paso los árboles se mueven como las nubes, abajo las vías quebradas, los durmientes juntos mis a restos, caen fuerte como una interferencia las distintas palabras que olvidamos.
Donde el dolor se disipa, la fricción de la piel y los fragmentos de cada gesto se pierden y se encuentran. Ahí en ese lugar, decís. En ese punto.
Tu perfume se desprende de mis dedos.






Cuatro horas protegidos por una lluvia que tapaba nuestra música, como una película vieja y vencida. Esta alteración es la forma de cifrar esa huella, lo blanco de la piel, la herida alta. Todo se deshace en las palabras que decís.
¿Recordas?
El camino que cruza la ciudad desde la curva donde me viste, el sol caía como el brillo que resaltaba los movimientos del viento sobre tu boca.




-Te arrodillaste para arreglarme la cadena y la trama se rompió como el dolor en el centro del cuerpo.
-Ese día no importaba nada más.
La calle vacía y el resplandor. Dijiste, es el destino, aunque sin pensarlo trabajabas con frases cortas para torcerlo.