jueves, 22 de noviembre de 2012




































                                   Sobre una casa abandonada, en medio de un bosque, 
                                   se   demoran   el   tiempo,    la  luz,   las  raíces,  entran 
                                   deslinzándose  por  las  paredes  descascaradas  hasta 
                                   permanecer  en el techo destruido en el piso. 
                                   Desde los cimientos, el silencio y las sombras suben y 
                                   atraviesan la construcción, hacia el cielo abierto entre 
                                   las ramas y las hojas.
                                     








       







                                 -Ella sabe sin saber, lo sabe su cuerpo, es tierra o barro,   
                                  algo que hierve bajo la humedad y la luz seca del sol

                                 - Lo que emerge está inscripto desde el principio 
                                  en la trama de la piel y la superficie.  
                                   
                                 -¿Entonces ella está ahí?
                         
                                 -Quizás, no lo sé.
       
                                -La luz hace de esa imagen un desierto.

                                -Sí, aunque no hay desierto, ese lugar está impreso en 
                                 su memoria.
             
                            
                                -La memoria esta en sus ojos, todavía parpadean, 
                                el desierto está señalado en ese pulso.

                                - ¿Y la lluvia?

                                -Esta sobre los colores que se deshacen, se diluyen, se 
                                 sobreimprimen en los detalles, en todo lo que parte.

                                -Hay algo abandonado entonces, deformado por la luz y 
                                 el silencio.

                                -Por el paso del tiempo y las palabras.


                                -Es como una fotografía vieja­­ envuelta en una 
                                 bolsita de plástico trasparente. Esta al pie de ese árbol. 
                                 La imagen persiste en el papel a pesar de la luz, del calor 
                                 y el frío, dentro de la bolsita.

                                -Aunque por fuera todo se degrada y se echa a perder.


                               -El papel también está expuesto a ese movimiento que 
                                degrada el color, las sales de plata, el brillo. La textura se 
                                ve modificada por el frío o el calor, por la luz  y  ese pulso 
                                de la mirada.





viernes, 9 de noviembre de 2012



































Todavía  guardo  el   poema   transcripto  en una  hoja  oficio y el  espejo retrovisor  roto.  Las dos cosas  me las diste la noche en que estábamos al costado de la capilla ardiente.
El espejo  estaba partido en muchos fragmentos, sostenidos por una superficie opaca que también estaba quebrada.
De  todas  formas,  las  dos  cosas  todavía  reflejan a su manera, cuando  las  miro  o  se  las  muestro  a alguien. Podría decir que salen de esa especie de silencio cuando se encuentran  con una mirada.
*



En la hoja escrita puedo leer “ese truco sutil me ha deformado, mis ojos y  mis  narices   han   virado   hacia  el  mismo  lado  del rostro”  El  truco para mí no es desconocido Euge. Ese gesto lo sostuve en una  sala  de   emergencias.  En   esto   no   hay  poesía  posible ni tragedia pero si existe una relación.
Después  de  un  tiempo  empecé  a  pensar en los regalos que me diste envueltos en el sobre de papel madera. Pensaba   si   estos   regalos   el   día   que   muere   una  madre  se transforman en una especie de bautismo. La hoja manuscrita parece un mapa que cambia su forma de manera constante y el espejo roto parece un instrumento de navegación averiado.
Seguro estoy sobreinterpretando.
*

 



“A veces  sueño  que  me  expando  y  ondulo  como una  llanura. Soy entonces toda la arena, todo el vasto fondo marino”, algo  así  dice  la hoja. Yo en cambio a veces  sueño con Villa Elisa, cuando era chico ypara  mí  el tiempo corría de otra manera,  la  luz entre los arboles era
diferente, también los colores. Estoy casi seguro,  otra vez,  el sueño  se confunde con las fotografías de esa época, o las imágenes a color de los televisores de esos años.  Algo  así sucede,  tu poema  dice;  luego  de  un  rato, después  de despertar, todo está quieto y silencioso, congelado en el gesto.
*



¿Sabés? Las  palabras  escritas, tu poema y  cada reflejo del espejo me  devuelven  una  imagen   diferente  de  lo  mismo .   Una  imagen calma, el detalle  y lo que se disipa. Una imagen. Los detalles. Lo que se disipa. Entonces siento que soy lo gris contra lo gris, fragmentado en   demasiadas  partes  de  lo  mismo.  Ahora  mi  vida  depende de registrar  incansablemente ese  truco sutil en el reflejo de la luz sobre las cosas, y sobre  el  tiempo  de esos reflejos, aunque sea como una 
palada de órganos, enterrado en un gesto. Desde   ahí   miro  lo  que  empieza  a  sugerirse,  lo  que  emerge en
un  espejo  roto,   en   la   hoja   escrita,   como  si  fuera  una  fronterade  lo cotidiano, y en eso, intento encontrar una forma de empezar, una vez  más, a registrar  con una cámara, o con las palabras, en un gesto diferente.
*














                                                                         














martes, 31 de julio de 2012
























Para llegar a la vía hay que cruzar el alambrado roto, pasar por el cañaveral donde siempre se caen y pierden los barriletes o el fútbol. El cañaveral está en el terraplén, al costado de las vías, cerca de la hilera de los arbustos de mimbre que llega hasta donde está el árbol torcido por la tormenta. En la otra punta, al final de la hilera de arbustos, están los panales a la sombra de los árboles más altos. Los arbustos se pierden de vista bajo una enredadera de color verde oscuro con algunas flores violetas arrugadas. La enredadera cubre también parte del alambre herrumbrado y se cuelga de las cañas que se doblan por su peso. La sombra ahí es más espesa y oscura como también los colores de las hojas y el poco pasto que crece casi seco. Es difícil moverse entre la enredadera y las cañas, la respiración se vuelve más densa como la transpiración. Sobre las vías con el paso del tren a toda velocidad las monedas quedan aplastadas y las letras, los números o los dibujos se borran o se deforman o se estiran hacia un costado, a veces solo la mitad de la moneda queda aplastada como una chapita finita parecida a una hoja de afeitar. Con las piedras es diferente, después del ruido fuerte y metálico solo queda polvo desparramado sobre los durmientes, a veces, las piedras salen disparadas en pedazos rotos con perfiles más filosos.  













En el reflejo del encendedor de metal puede ver cómo los dos están parados bajo el árbol. El color verde es más intenso en la sombra, hacia las vías parece menos fuerte, cuanto más gira el encendedor el reflejo cambia de color y deforma lo que ve. Ve el campo, donde el sol es fuerte y el color es más claro, ve los ciruelos que están blancos y atrás los cañaverales,  todo torcido y por momentos estirados en fuga hacia la curva del perfil del encendedor.












Entre las ramas que se mueven por el viento el chico se sostiene con facilidad, acostumbrado a la altura, observa de cerca el encendedor, refleja la luz que pasa entre las hojas, a manera de señal, o de mancha de luz que usa para encandilar a los de abajo. El nuevo cierra los ojos ante el brillo del reflejo y el otro apenas parpadea, mira al que está arriba entre las ramas un momento en silencio, luego vuelve a mirar hacia el fondo. Entre las vías y los dos que están bajo la sombra esta el campo verde, donde el calor se alcanza a ver como una variación transparente a la altura del alambrado que distorsiona los colores y las formas.

Los dos que están abajo a la sombra comienzan a caminar al costado de los arbustos sin hablar. El nuevo se estira y se vuelve difuso, se pierde más rápido en una mancha oscura y plateada cuando gira un poco el ángulo de la superficie del encendedor, el nuevo vuelve a aparecer a su antojo, casi como un garabato de color o una mancha que se mezcla con los otros colores del fondo en la superficie metalizada, unos sobre otros como las manchas de aceite quemado sobre los durmientes y las piedras.
Antes de agacharse y cruzar el alambrado oxidado, el otro se detiene y mira hacia el árbol que está en la otra punta. Desde la copa ve el destello que produce el reflejo del sol sobre su encendedor.













Las ramas se mueven despacio por el viento, y el sonido metálico cuando lo abre o lo cierra es parecido al sonido que hacen esos encendedores en las películas. La llama es diferente a los encendedores de plástico, es más grande, más lenta y desprende olor a bencina. El movimiento de las ramas más altas, el sonido de las hojas que chocan unas con otras y el silencio de la hora de la siesta, el sol que empieza a caer de costado, parece mantener todo quieto e intacto. Solo el sonido de la bisagra metálica cuando abre o cierra la tapita produce una variación en el murmullo constante. La alarma del paso a nivel que está a unas cuadras suena por tercera vez desde que los otros dos se perdieron de vista en los cañaverales. La  llama se agita un poco y se apaga. Entonces comienza otra vez, mecánico y constante, abre y cierra la tapita, enciende la llama y mira hacia el fondo donde los colores se mezclan por el calor y algo parecido a un espejismo como los de la ruta en verano sobre el asfalto que a lo lejos parecen charcos de agua que nunca se alcanzan. 






El convoy del tren pasa, y no escucha el ruido de las piedras al ser aplastadas. Tampoco hace falta hacer ninguna señal de luz con el reflejo del encendedor, a esta hora todo está quieto, nada cambia en lo que ve salvo por  la luz del sol que cae un poco de costado, el movimiento al ras del suelo en los cañaverales que produce el calor y el viento que hace más fuerte el murmullo de las hojas en las ramas es constante, si el otro llegara en ese momento no podría escuchar sus pasos, pero seguro después de prenderse un cigarrillo, van a mirar algunas de las revistas que colecciona y tiene envueltas en una bolsa de plástico transparente pero medio manchado con el barro de la tierra removida, cuando la tormenta casi tira el árbol, hasta el punto de estar inclinado de una manera rara sostenido por las raíces que se hunden varios metros en la tierra y se ramifican como la enredadera sobre el alambrado, bajo un pedazo de ladrillo entre hojas secas, tierra y algunas lombrices que quedaron hacia fuera, o por ahí junten unas ramas secas de mimbre para hacer una fogata bajo el árbol para quemar el cuero podrido de un fútbol que encontraron cerca de la vía.



















Sobre la piel se arrastra el brillo de la transpiración, el reflejo de la luz en las cañas y lo espeso de las sombras, manchas que varían su forma y su tamaño por la fuerza del viento, que agita el cañaveral. Las copas de los árboles rompen la luz que cae sobre las piedras, la tierra y la piel de los dos chicos.
-El dibujito se borró para el costado, dice el chico nuevo.
El ruido grave del motor disel del convoy trae su vibración que crece desde los rieles a través de la tierra, las piedras chocan unas con otras, con movimientos rapidos y muy pequeños, generan un murmullo continuo y muy silencioso. Cesa el movimiento de los árboles, del cañaveral, se apaga el sonido del paso a nivel a unas cuadras. La luz se concentra en forma de manchas sobre los cuerpos de los chicos como tambien las sombras, el sudor deja de hundirse un instante. Una ráfaga de gases con olor a disel, aceite quemado junto con los ruidos metálicos, llegan desde las vías, mezclando la transpiración, lo estático de la luz, el ruido de los durmientes que se hunden en cada paso de las ruedas de hierro de la formación, llega también, el aire espeso, el olor a una comadreja muerta y el calor que sube desde las piedras.