Algo se escapa de la mirada, flota lejos,
frente a un país que vemos detrás del rio, en el horizonte, o en el
borde biselado de un espejo. Estoy suspendido en este territorio, donde se
desprende tu calor de mi piel. En tus diferentes colores existe una forma del
vértigo, un país en ruinas.
Como el final de la noche, todo lo que
hiciste se parece a un reflejo donde sonreís y yo robo ese gesto.
La respiración agitada, la claridad
extraña del día nublado, una forma del vapor flota sobre los ojos. Hay un rio
tumultuoso en ese detalle, la transpiración refleja la luz sobre la piel,
contagia a la oscuridad que nos separa de la provincia.
Como un accidente natural afuera
llueve y el día gris hace estallar los colores de las cosas, la herida en los
labios. Años después sé que es como en mis sueños, el cielo y la piel como un
claroscuro.
A tu paso los árboles se mueven como
las nubes, abajo las vías quebradas, los durmientes juntos mis a restos, caen
fuerte como una interferencia las distintas palabras que olvidamos.
Donde el dolor se disipa, la fricción
de la piel y los fragmentos de cada gesto se pierden y se encuentran. Ahí en
ese lugar, decís. En ese punto.
Tu perfume se desprende de mis dedos.
Cuatro horas protegidos por una lluvia
que tapaba nuestra música, como una película vieja y vencida. Esta alteración
es la forma de cifrar esa huella, lo blanco de la piel, la herida alta. Todo se
deshace en las palabras que decís.
¿Recordas?
El camino que cruza la ciudad desde la
curva donde me viste, el sol caía como el brillo que resaltaba los movimientos
del viento sobre tu boca.
-Te arrodillaste para arreglarme la
cadena y la trama se rompió como el dolor en el centro del cuerpo.
-Ese día no importaba nada más.
La calle vacía y el resplandor.
Dijiste, es el destino, aunque sin pensarlo trabajabas con frases cortas para
torcerlo.
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