La mujer se inclina despacio, hacia el piso. Se inclina sobre sus rodillas, sus manos van hacia el piso, rozan sus piernas. Extiende su brazo hacia el teléfono a sus pies. El tubo del teléfono, apenas cae contra el piso. Una y otra vez, el tono se repite. El tacto sobre los números es mecánico, regular. El ritmo del tono cambia. Una grabación da las instrucciones antes de la señal.
Ella se levanta con dificultad. Detrás la ventana y
el cielo, el vacío y los edificios la recortan del paisaje como una sombra. Se
estira en el rumor, tomada de la silla se aleja un paso, vacila hacia la
ventana. Crea una pausa en su movimiento cuando escucha la señal desde el
auricular. Se estira y sube el volumen del equipo de audio. El sonido del mar
aumenta.
Da un paso atrás. El rumor del mar, de las olas se
retira una y otra vez de la habitación y vuelve. Ella vacila y se retira.
Su voz es una textura, apenas audible, reproducida
dice sobre un fotógrafo. Parte de su historia, de su técnica, de su vida. Dice
sobre la mujer del fotógrafo. La salud. La enfermedad. Lo frágil.
El fotógrafo fue marinero. Navego hacia Uruguay. En
mil ochocientos. A finales de mil ochocientos. Regresó a Francia. Volvió a
Paris donde fue actor de teatro en una compañía ambulante. Quiso ser pintor
pero fracaso. Entonces abandono la pintura, el teatro y el mar.
Camina desde la madrugada. Camina y carga una
cámara pesada. Se despierta. Una mujer duerme. Una mujer enferma duerme. El silencio
esta nombrado por un perro que ladra afuera en la calle en un pasaje entre los
edificios que van a ser derrumbados. En el silencio de la ciudad, amanece. Los
edificios y el cielo cambian su color. Las sombras empiezan a retirarse de los
pasajes y las calles. El fotógrafo observa inmóvil como llega la luz. Aparentemente inmóvil.