martes, 31 de julio de 2012
























Para llegar a la vía hay que cruzar el alambrado roto, pasar por el cañaveral donde siempre se caen y pierden los barriletes o el fútbol. El cañaveral está en el terraplén, al costado de las vías, cerca de la hilera de los arbustos de mimbre que llega hasta donde está el árbol torcido por la tormenta. En la otra punta, al final de la hilera de arbustos, están los panales a la sombra de los árboles más altos. Los arbustos se pierden de vista bajo una enredadera de color verde oscuro con algunas flores violetas arrugadas. La enredadera cubre también parte del alambre herrumbrado y se cuelga de las cañas que se doblan por su peso. La sombra ahí es más espesa y oscura como también los colores de las hojas y el poco pasto que crece casi seco. Es difícil moverse entre la enredadera y las cañas, la respiración se vuelve más densa como la transpiración. Sobre las vías con el paso del tren a toda velocidad las monedas quedan aplastadas y las letras, los números o los dibujos se borran o se deforman o se estiran hacia un costado, a veces solo la mitad de la moneda queda aplastada como una chapita finita parecida a una hoja de afeitar. Con las piedras es diferente, después del ruido fuerte y metálico solo queda polvo desparramado sobre los durmientes, a veces, las piedras salen disparadas en pedazos rotos con perfiles más filosos.  













En el reflejo del encendedor de metal puede ver cómo los dos están parados bajo el árbol. El color verde es más intenso en la sombra, hacia las vías parece menos fuerte, cuanto más gira el encendedor el reflejo cambia de color y deforma lo que ve. Ve el campo, donde el sol es fuerte y el color es más claro, ve los ciruelos que están blancos y atrás los cañaverales,  todo torcido y por momentos estirados en fuga hacia la curva del perfil del encendedor.












Entre las ramas que se mueven por el viento el chico se sostiene con facilidad, acostumbrado a la altura, observa de cerca el encendedor, refleja la luz que pasa entre las hojas, a manera de señal, o de mancha de luz que usa para encandilar a los de abajo. El nuevo cierra los ojos ante el brillo del reflejo y el otro apenas parpadea, mira al que está arriba entre las ramas un momento en silencio, luego vuelve a mirar hacia el fondo. Entre las vías y los dos que están bajo la sombra esta el campo verde, donde el calor se alcanza a ver como una variación transparente a la altura del alambrado que distorsiona los colores y las formas.

Los dos que están abajo a la sombra comienzan a caminar al costado de los arbustos sin hablar. El nuevo se estira y se vuelve difuso, se pierde más rápido en una mancha oscura y plateada cuando gira un poco el ángulo de la superficie del encendedor, el nuevo vuelve a aparecer a su antojo, casi como un garabato de color o una mancha que se mezcla con los otros colores del fondo en la superficie metalizada, unos sobre otros como las manchas de aceite quemado sobre los durmientes y las piedras.
Antes de agacharse y cruzar el alambrado oxidado, el otro se detiene y mira hacia el árbol que está en la otra punta. Desde la copa ve el destello que produce el reflejo del sol sobre su encendedor.













Las ramas se mueven despacio por el viento, y el sonido metálico cuando lo abre o lo cierra es parecido al sonido que hacen esos encendedores en las películas. La llama es diferente a los encendedores de plástico, es más grande, más lenta y desprende olor a bencina. El movimiento de las ramas más altas, el sonido de las hojas que chocan unas con otras y el silencio de la hora de la siesta, el sol que empieza a caer de costado, parece mantener todo quieto e intacto. Solo el sonido de la bisagra metálica cuando abre o cierra la tapita produce una variación en el murmullo constante. La alarma del paso a nivel que está a unas cuadras suena por tercera vez desde que los otros dos se perdieron de vista en los cañaverales. La  llama se agita un poco y se apaga. Entonces comienza otra vez, mecánico y constante, abre y cierra la tapita, enciende la llama y mira hacia el fondo donde los colores se mezclan por el calor y algo parecido a un espejismo como los de la ruta en verano sobre el asfalto que a lo lejos parecen charcos de agua que nunca se alcanzan. 






El convoy del tren pasa, y no escucha el ruido de las piedras al ser aplastadas. Tampoco hace falta hacer ninguna señal de luz con el reflejo del encendedor, a esta hora todo está quieto, nada cambia en lo que ve salvo por  la luz del sol que cae un poco de costado, el movimiento al ras del suelo en los cañaverales que produce el calor y el viento que hace más fuerte el murmullo de las hojas en las ramas es constante, si el otro llegara en ese momento no podría escuchar sus pasos, pero seguro después de prenderse un cigarrillo, van a mirar algunas de las revistas que colecciona y tiene envueltas en una bolsa de plástico transparente pero medio manchado con el barro de la tierra removida, cuando la tormenta casi tira el árbol, hasta el punto de estar inclinado de una manera rara sostenido por las raíces que se hunden varios metros en la tierra y se ramifican como la enredadera sobre el alambrado, bajo un pedazo de ladrillo entre hojas secas, tierra y algunas lombrices que quedaron hacia fuera, o por ahí junten unas ramas secas de mimbre para hacer una fogata bajo el árbol para quemar el cuero podrido de un fútbol que encontraron cerca de la vía.



















Sobre la piel se arrastra el brillo de la transpiración, el reflejo de la luz en las cañas y lo espeso de las sombras, manchas que varían su forma y su tamaño por la fuerza del viento, que agita el cañaveral. Las copas de los árboles rompen la luz que cae sobre las piedras, la tierra y la piel de los dos chicos.
-El dibujito se borró para el costado, dice el chico nuevo.
El ruido grave del motor disel del convoy trae su vibración que crece desde los rieles a través de la tierra, las piedras chocan unas con otras, con movimientos rapidos y muy pequeños, generan un murmullo continuo y muy silencioso. Cesa el movimiento de los árboles, del cañaveral, se apaga el sonido del paso a nivel a unas cuadras. La luz se concentra en forma de manchas sobre los cuerpos de los chicos como tambien las sombras, el sudor deja de hundirse un instante. Una ráfaga de gases con olor a disel, aceite quemado junto con los ruidos metálicos, llegan desde las vías, mezclando la transpiración, lo estático de la luz, el ruido de los durmientes que se hunden en cada paso de las ruedas de hierro de la formación, llega también, el aire espeso, el olor a una comadreja muerta y el calor que sube desde las piedras.